Imagen del contenido Te Deum 2019. Celebración en Acción de Gracias. Homilía del Cardenal Mario Poli…

Te Deum 2019. Celebración en Acción de Gracias. Homilía del Cardenal Mario Poli

Al conmemorarse el 209° Aniversario de la Patria; Juntos compartimos la Homilía de Monseñor Mario Aurelio Poli, Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Primado de la Argentina, para la Celebración en Acción de Gracias.

 

Te Deum 2019

 

Homilía para la Celebración de Acción de Gracias

 

La solemnidad de este día tiene su origen en la generación de hombres y mujeres que movidos por los más nobles ideales, asumieron la causa de la revolución emancipadora, fundamento indiscutido de nuestra nacionalidad e identidad cultural. Aquellas grandes gestas de hace más de dos siglos, por momentos, parece que las ponemos en sordina, relegadas a los libros de historia o a curiosidades del pasado. Pero cada vez que las evocamos con una memoria agradecida, vuelven a iluminarnos e inspirarnos, también a interpelarnos, porque nos ayudan a tomar conciencia y preguntarnos si nuestra forma de servir al pueblo de la Nación por construir, está a la altura del don recibido, el que costó tantas vidas y sacrificios. Quienes nos precedieron pensaron en nosotros, y desde el altar más cercano a los restos del General San Martín cantamos el Te Deum, y elevamos nuestros más cordiales sentimientos por ellos, dando gracias a Dios por su entrega generosa.

 

Hoy volvemos a proclamar la Palabra de Dios, «fuente de toda razón y justicia»[1], de paz y libertad. La proyección social de sus enseñanzas no estuvo ausente en los comienzos y en el camino de nuestra Nación. Son muchos los que en nuestra historia se identificaron con Jesús, quien llamó «bienaventurados» a «los que tienen hambre y sed de justicia» y añadió «porque serán saciados»; y también «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,6.9): dejemos que sus bienaventuranzas nos inspiren y animen en este día de gloria.

 

El Evangelio de Marcos nos narra la enseñanza de Jesús a sus discípulos: Él será entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Es Él mismo el que determina su destino, nadie lo entrega, lo hace con una libertad suprema, como obra de su voluntad firme y decidida a «dar la vida por los amigos» (Jn 15,13), obediente a Dios su Padre.      Mientras tanto, sus discípulos, después de haber escuchado el anuncio de la Pasión del Maestro, sin haber comprendido una palabra de la misma, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más importante. La imagen de los apóstoles es triste y mezquina: mientras el Señor les revela que va a la muerte por la traición de uno de ellos, discuten cómo alcanzar los primeros puestos. Ya les había anunciado que el dominio sobre los demás y la jerarquía de honores es algo propio de las naciones de este mundo. Entre sus discípulos no debe ser así. Los poderosos hacen sentir su autoridad sobre los demás, y los que dominan sobre otros quieren aparecer como bienhechores (Mt 20,25). Él vino a traer una nueva jerarquía de valores: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos» (Mc 10, 44).  «En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).

 

El mismo Jesús se presenta como modelo: Él, que les hizo el servicio de lavarles los pies y manifestó su grandeza humillándose, no dudó en abajarse, poniéndose en el último lugar como el servidor de todos. Les decía a sus discípulos: «¿Quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27). Como los discípulos, también nosotros tememos hacerle preguntas al Maestro, porque nos cuesta comprender esta novedosa paradoja: el verdadero poder es el servicio a los demás.

 

El Cardenal Bergoglio, cuando estaba entre nosotros, para una de estas fechas nos decía que: «El poder sólo tiene sentido si está al servicio del bien común»[2]. Con ocasión de la última Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco envió un mensaje que tituló: «La Buena Política está al servicio de la paz». Ahora, con una mirada de alcance universal, él sigue pensando que «la política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción»[3].

 

Promedia el año en el cual se renovarán por las urnas las personas que aspiran a la laudable y privilegiada dignidad de integrar la dirigencia de la Nación. La vida republicana que nos ordena tiene sus saludables códigos para este tiempo hasta llegar al sufragio: definición de candidatos, propuestas partidarias, presupuestos para campañas, convenciones, discursos y promesas electorales, y sobre todo, una logística comunicacional y una propaganda que invade la vida cotidiana y hasta la misma paz de los hogares. Se habla de estrategias, armado, frentes, nuevos espacios con conocidos dirigentes; son las reglas de nuestra bendita democracia que auguran un horizonte mejor.

 

En este cuadro de situación aparecen las empresas que miden intenciones de votos, otras comunican y crean subjetividades, denostando y descalificando a las mujeres y hombres públicos de un lado y del otro, sembrando dudas sobre su moralidad y capacidad para el cargo que aspiran; no pocas veces, sus impactos mediáticos logran instalar confusión y   desaliento. Mientras tanto el ciudadano de a pie, no resigna su derecho, porque: «Votar –como enseñaba el Obispo Mártir Enrique Angelelli–, es hacer y construir nuestra propia historia argentina y provincial. Es poner el hombro para que como pueblo no se nos considere solamente en las urnas, sino el gran protagonista y actor en la reconstrucción de la Patria» (Homilía en La Rioja, 25 de febrero de 1973).

 

En la Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco nos trasmitía un mensaje esperanzador: «Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud»[4].

 

Contamos con una larga experiencia en nuestro acervo político, cuyo mayor logro fue recuperar la democracia y defenderla como supremo valor institucional. La alternancia en el poder ha sido una nota distintiva, aunque permanecen en el tiempo cuestiones de estado sin resolver. ¿No será el momento de ir hacia un Gran Pacto Nacional con mirada amplia y generosa, que no sea funcional ni coyuntural, dejando de lado mezquinos intereses sectoriales? Se trata de una propuesta superadora de todo partidismo y fracción, con la   conciencia de que la unidad prevalece sobre el conflicto y la realidad es más importante que la idea; una propuesta que convoque a los principales actores de la política, que sean capaces de gestar una cultura del encuentro, con inteligencia, creatividad e imaginación, reunidos en una mesa de diálogo que acentúe las coincidencias y no tanto las diferencias, con las virtudes y notas esenciales de este arte superior del espíritu humano: claridad, afabilidad, confianza y prudencia[5]. Una magna aspiración es posible que encuentre piedras en un camino no conocido ni transitado, pero pertenece a la vocación de los hombres y mujeres aspirantes a la cosa pública, extender con audacia el límite de lo posible, siguiendo legítimas utopías, fundamentadas en la libertad y la dignidad del hombre, por el bien colectivo de la Nación, con proyectos reales y mirando a la Argentina profunda y sus realidades, con una clara opción por la tercera parte de pobres que nos duele a todos. Sí, un Gran Pacto de honor, capaz de una dirigencia que trasmita esperanza objetiva a nuestro pueblo, jerarquizando la política y trazando puentes fraternos en nuestra sociedad, que no está hecha para la división y no se acostumbra a vivir en la confrontación, sino que aspira a una convivencia en paz, en justicia, con educación y trabajo, y quiere recuperar la alegría de sentirse en su tierra. No sé si lo he expresado bien, pero sí sé que a nuestro pueblo lo asiste la virtud de la esperanza y siempre, a pesar de todo, apuesta a un mañana mejor.

 

A quienes juramos la bandera en nuestra niñez y juventud, hoy nos sigue conmoviendo la visión y grandeza de alma de las primeras generaciones: ellos son la razón de lo que somos. Ese es el don recibido que desborda de gratuidad y magnanimidad, y ahora nos espera la ardua, desafiante y apasionante tarea de encontrarnos como hermanos, para asumir la      Nación por construir. Hay mucha gente que reza por la Patria, que la quiere bien. Nos sumamos a sus oraciones y le pedimos a Dios y a todos los Santos del Cielo su protección y bendición.

+ Mario Aurelio Cardenal Poli

Arzobispo de Buenos Aires

Cardenal Primado de la Argentina

Catedral Metropolitana (de la Santísima Trinidad)

Buenos Aires, 25 de mayo de 2019.

Arzobispado de Buenos Aires

Oficina de Prensa

Conferencia Episcopal Argentina


[1] Preámbulo de la Constitución Nacional.

[2] Te Deum, 25 de mayo de 2001.

[3] Mensaje del Papa Francisco para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1° de enero de 2019, 1 (=JMP 2019).

[4] JMP 2019, 3.

[5] San Pablo VI, Ecclesiam Suam , 83.

Documentos disponibles:
Te-Deum-2019.-Homilia-Card.-Mario-Poli.-250519.pdf





Galería de fotos