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Homilía de Monseñor Oscar Ojea en la Santa Misa Crismal

Jesús da testimonio de que ha sido ungido por el Espíritu para anunciar un Año de Gracia.

 

La unción se realiza para diversas finalidades pero siempre se dirige a la totalidad de la persona envolviendo todo el ser y al mismo tiempo es símbolo de gozo y alegría. Es envolvente como el perfume, penetrante como el aceite que impregna la piedra y queda en ella para siempre y se expande por la totalidad del cuerpo sin dejar lugar ni espacio sin ungir.

 

Hoy en esta Misa Crismal, todos: obispos, sacerdotes, consagradas y consagrados juntos con todo el laicado, le pedimos al Padre que renueve en nuestros corazones la unción del Espíritu que hemos recibido en el bautismo. La misma unción con que ungió a su Hijo amado y que Él nos comunicó
abundantemente con sus santas manos.

 

La unción se derrama para curar, para consagrar y para enviar:

 

a) En primer lugar la unción cura y sana.

¡Cuánto necesitamos del alivio y del consuelo de la unción para que se derrame sobre nuestros pecados y los de toda la Iglesia hermanándonos y sin dejar ningún resquicio para el desamor, para nuestros odios y rencores! Estos días son propicios para purificar nuestra memoria y contemplar nuestra historia personal y social no como algo cerrado y sellado para siempre, sino abierto a un presente nuevo de esperanza aunque ésta vaya creciendo lentamente como florece una flor frágil en el terreno pedregoso de la violencia y la división.

 

Por primera vez en su historia la Iglesia argentina se prepara espiritualmente para celebrar a cuatro beatos mártires hijos de esta tierra. Los mártires son una fuente de gracia en la vida de la Iglesia.

 

El que haya cristianos capaces de encarnar en sus vidas el Evangelio de modo que antepongan el amor de Jesús antes que su supervivencia, constituye una fuerza fecunda y poderosa que ha dado lugar a la frase de Tertuliano: “Sangre de mártires, semilla de cristianos”.

 

Sus vidas ofrecidas son una prueba de la plenitud de la fe cristiana. De este modo su sangre unida a la de Jesús hace más creíble la buena nueva que la Iglesia transmite. Es impresionante el testimonio de Wenceslao Pedernera quien es acribillado delante de su familia, y en su agonía le dice a su hija: No guarden rencor, no odien; yo los perdono.  Sabemos que tenemos heridas hondas de un pasado reciente que no han terminado de cerrar. A esto podemos agregar profundas diferencias en nuestro modo de mirar la vida y la realidad y al mismo tiempo una brecha social cada vez más grande entre ricos y pobres que acentúa la inequidad social. Confiemos en que la sangre de estos mártires nuestros sea una auténtica semilla de unidad, de justicia y de paz para la Iglesia y para la Patria haciendo de nosotros una tierra más fértil para la siembra del Reino.

 

b) La unción también consagra.

Es decir, nos sumerge en una intimidad singular con el misterio de Dios que nos revela nuestro verdadero nombre para poder salir de nosotros mismos con una identidad propia. La unción llega así al fondo del corazón trayéndonos una conciencia más plena de nuestro verdadero ser: “Al vencedor le daré de comer el maná escondido y también le daré una piedra blanca en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce fuera de aquel que lo recibe” (Ap. 2, 17). La unción nos conduce siempre a un encuentro con Jesús que nos hace nacer de nuevo a nuestra más profunda de verdad.

 

c) La unción nos envía.

Nos llena de coraje para que podamos ser Iglesia en salida. “Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo” (E. Gaudium 173). Sin embargo es imposible profesar plenamente nuestra fe abriéndola a la misión sin mirar y sin tocar las heridas del Resucitado. El Evangelio de Juan nos enseña en el Capítulo 20 que esta acción de ver y tocar las heridas de Jesús resucitado se repite dos veces dejando en claro que aquellos que son enviados a proclamar la muerte y la resurrección de Cristo, el núcleo de nuestra fe, sólo pueden hacerlo con autenticidad, si están constantemente en contacto con las heridas de la humanidad. No tengamos miedo de ver y de tocar las heridas de la Iglesia. Como nos dijera el Cardenal Tagle en el Encuentro sobre Protección de Menores en la Iglesia: “La resurrección no es un “difuminarse” o la “devaluación de la cruz”. Las heridas siguen siendo heridas. Las heridas de Cristo permanecen en las heridas de nuestro mundo.” La  resurrección no es una victoria ilusoria. Al mostrar sus heridas a los discípulos Jesús restaura la memoria de ellos y les recuerda sus vínculos que guardan todavía el resabio de los celos, las competencias internas, sus cobardías y sus traiciones. Por eso nosotros siendo ungidos para la misión no dejamos de ver y de entrar en contacto con estas heridas sabiendo, como nos enseña el Apóstol Pedro, “que gracias a sus llagas hemos sido curados”.

 

Que en esta Eucaristía podamos renovar la unción del Espíritu que nos cura y nos sana por dentro, la unción que nos hace pertenecer más hondamente a Jesús en la consagración ya que Él respeta y ama como nadie nuestra singularidad y que renueve nuestro gozo de ser enviados sin miedo de ver y de tocar las lastimaduras que vamos encontrando en el camino para poder transmitir ese encuentro con Jesús que es lo mejor que nos pasó en la vida y poder llevar a todos la alegría del Evangelio.

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Gentileza de la Oficina de Prensa del Obispado de San Isidro.

 

Oficina de Prensa

Conferencia Episcopal Argentina

Documentos disponibles:
Misa-Crismal-2019.-Homilia-de-Mons.-Ojea.-170419.pdf





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