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Encuentro de Espiritualidad y Reflexión para Magistrados y Funcionarios Judiciales

El 6 de septiembre se desarrolló en la sede de la CEA un encuentro de espiritualidad y reflexión dirigido a magistrados y funcionarios del poder Judicial y el Ministerio Público. El encuentro fue promovido por la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina. La reflexión estuvo a cargo de Monseñor Oscar Ojea, Obispo de San Isidro y Presidente del Episcopado. El tema fue: "Compromiso cristiano y función judicial".

Despúes de la exposición hubo un fecundo intercambio entre los participantes. Estuvieron presentes 40 personas.

Encuentro de Espiritualidad y Reflexión

Dirigido a Magistrados y Funcionarios del Poder Judicial y el Ministerio Público
6 de septiembre de 2018

Compromiso  cristiano y función judicial

Dividiré esta charla en tres partes:

A.    Una reflexión sobre la justicia como virtud en nuestra vida cotidiana y los desafíos de la tarea judicial frente a la corrupción.
B.  El vínculo entre la justicia y la misericordia.
C.  El estado de nuestras cárceles como expresión de injusticia e inequidad social y nuestra responsabilidad frente a esta situación.

A. La virtud de la Justicia.

La justicia en la Sagrada Escritura se utiliza con frecuencia como sinónimo de santidad, los justos son los Santos. El Libro de la Sabiduría nos dice “las almas de los justos están en manos de Dios, no los afectará ningún tormento” (Sb. 3, 1). El Apóstol San Pedro en su Primera Carta nos dice “Quién puede hacerles daño si se dedican a practicar el bien? Dichosos ustedes si tienen que sufrir por la justicia, no teman ni se inquieten, por el contrario glorifiquen en sus corazones a Cristo el Señor… es preferible sufrir por hacer el bien si esta es la voluntad de Dios que por hacer el mal” (1Pe. 3, 13-15. 17). 

Finalmente Santo Tomás recogiendo la tradición de la Iglesia y el pensamiento de Aristóteles nos va a decir que la justicia es el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad da a cada uno su derecho.

Por eso es imprescindible que quien trabaja por la justicia y quien administra justicia la viva hondamente en su vida y la encarne en sus acciones. Vivimos en un tiempo de una enorme fragmentación en todos los órdenes. También existe una fragmentación del yo personal. Vivimos la cultura de la disociación. De allí que una persona pueda asumir la representación de  distintas personalidades a la vez. Es una persona cuando trabaja, otra cuando se vincula socialmente, otra cuando vive en familia y otra cuando afronta negocios. La disociación -si bien en una forma extrema puede adquirir características patológicas- puede ser vivida en pequeñas escalas y de muchas maneras.

La vida es una, el yo es continuo y la historia de nuestra vida nos invita a ir integrando nuestra persona para ser plenamente nosotros mismos. No estoy representando distintos roles como si mi vida fuera un gran escenario que me permite actuar por un lado y ser por otro. La vivencia de la justicia pone a prueba nuestra coherencia. Vivimos la justicia en la vida diaria, en todos nuestros vínculos y en todas las circunstancias de nuestra vida. Solamente un hombre y una mujer justos pueden administrar justicia. Solamente  las personas que la buscan apasionadamente, porque aman el bien, pueden ser jueces que reflejen en sus sentencias aquello por lo que viven y aquello que han buscado incansablemente. El tema de la unidad y de la integralidad de la vida se vuelve clave en esta situación concreta que vivimos los argentinos.

El principal combate es contra la corrupción.

“La corrupción es un mal más grande que el pecado. Debe ser no sólo perdonado sino, además, sanado por dentro. La corrupción se ha convertido en algo natural hasta el punto de llegar a constituir un estado personal y social relacionado con la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en los contratos públicos, en toda negociación que implique agentes del estado. Es la victoria de las apariencias sobre la realidad y la desfachatez impúdica sobre la discreción respetable…. Las formas de corrupción que hay que perseguir con la mayor severidad son las que causan graves daños sociales, tanto en materia económica y social (como por ejemplo graves fraudes contra la administración pública o el ejercicio desleal de la administración) como en cualquier tipo de obstáculo interpuesto en el funcionamiento de la justicia con la intención de procurar la impunidad para las propias malas acciones o para las de terceros”. Discurso del Papa Francisco a una delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal, 23 de Octubre de 2014.

“El trabajo al servicio de la justicia se da siempre en un contexto de  lucha y de combate espiritual. La santidad es parresia, es audacia, es empuje evangelizador en este mundo. Para que sea posible,  el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con generosidad y firmeza: “No tengan miedo” Mc 6, 50,  y también:   “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” GE 129.

El servicio a la justicia exige librar un combate continuo sabiendo que no nos faltará nunca la ayuda del Señor para sembrar el bien más allá de todos los cansancios, de los desánimos y de haber sentido muchas veces impotencia por cosas que no podemos resolver en forma directa.

B. La justicia y la misericordia.

El 18 de diciembre del 2011 el Papa Benedicto XVI visitó un centro penitenciario romano y allí nos decía: “La justicia humana y la divina son distintas. Los hombres no son capaces de aplicar la justicia divina pero deben, al menos, contemplarla, captar el espíritu profundo que la anima para que ilumine también la justicia humana a fin de evitar, como no raramente sucede, que el detenido se convierta en un excluido. La lógica de Dios es lejana a la lógica humana. Por ello justicia y misericordia, justicia y caridad coinciden hasta el punto de que no existe una acción justa que no sea también acto de misericordia y perdón y al mismo tiempo no existe una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa”.

Esta relación entre justicia y misericordia la retoma el Papa Francisco en MisericordiaeVultus. Recordemos que Jesús estando a la mesa en casa del publicano Mateo -rodeado de publicamos y pecadores- les dice a los fariseos: “Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” Mt 9, 13. Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo a las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. La justicia para Él es siempre liberadora y fuente de renovación, camino de conversión y de cambio profundo. 

Esto lo va a descubrir San Pablo después de su conversión. Nos dice en su Carta a los Gálatas: “Hemos creído en Jesucristo para ser justificados por la fe, no por las obras de la ley”. Su comprensión de la justicia ha cambiado radicalmente; la justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección a la misericordia. (MisericordiaeVultus 21). Dice San Agustín “Es más fácil que Dios contenga la ira que la Misericordia”

La experiencia de los años en el ejercicio de una profesión tan noble sirviendo a la justicia nos vuelve más expertos en el conocimiento del corazón humano; el haber tenido que mediar numerosas veces entre conflictos ha abierto sin duda en nuestra profesión un campo enorme para el ejercicio de la misericordia y para ésta tarea de la que hablaba el Papa Benedicto de acercar  la justicia humana a la justicia divina.

C. La situación carcelaria como expresión de la inequidad y de la injusticia social.

Durante  ocho meses en el año 2016 en la Villa La Cava murieron quince jóvenes. Seguramente por enfrentamientos entre distintas bandas y por temas vinculados al narcotráfico. Me tocó acompañar a su párroco en aquel tiempo y visitar a algunas madres que habían perdido chicos;  me decían que no se habían sentido escuchadas por el fiscal y que las causas no se iban a resolver. Cuando presenté esta inquietud de búsqueda de justicia a una persona vinculada a los Tribunales de San Isidro, me contestó: “Y qué quiere Monseñor, en el fondo son muertes ecológicas”. Me quedé aterrado de que en mi país ya estuvieran establecidos distintos tipos de categorías de muertos. Y en esta caían muchos jóvenes de nuestros barrios más humildes. 

He ido muchas veces en visitas pastorales a las cárceles. A un grupo de voluntarios le tocó acompañar a un joven que había entrado con un disparo de bala: se le hizo en el hospital una colostomía y estuvo cuatro años y medio con la bolsita de plástico que le llevaba la familia todas las semanas. Yo no sé cómo no falleció por alguna infección durante ese tiempo, pero es increíble que por cuestiones burocráticas -tanto el servicio penitenciario como el servicio de sanidad- no se ponían de acuerdo; tuve que recurrir al Secretario de Derechos Humanos de la Provincia para poder resolver la situación. Cada vez que visito ese penal que está construido sobre un basural, el CEAMSE, se me ocurre pensar: “Acá se ha pensado en la basura sobre la basura, así se pensó esta cárcel, el olor de las cloacas es insoportable.”

Quiero traer una frase de Ulpiano: “La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno sus derechos, y los preceptos del derecho son vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo”. Ulpiano nos dio una idea integral de la justicia que no pasa solamente por Tribunales ni por expedientes, sino por un desarrollo mucho más amplio. Una justicia más integral que tiene que ver con la vivienda, con la educación, con la salud y con las oportunidades para todos y relacionada con los derechos, también para todos. No podemos caer en la trampa de querer ver a la justicia únicamente relacionada con el delito, con la seguridad y con los tribunales. Sabemos que como dice el Papa Francisco: “Grandes masas de población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes y sin salida.  Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del descarte que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son explotados sino deshechos, sobrantes.” EG 53. La injusticia tiene que ver no sólo con la exclusión sino con un modelo social que hoy no solamente excluye, sino que produce la cultura del descarte. Un ejemplo claro de esto es la situación que estoy tratando de describir de una cárcel de la Provincia de Buenos Aires.

En la cárcel están los más pobres. La mayoría de la población carcelaria está constituida  por jóvenes adictos. Muchos de ellos cuando entran tienen que pasar por un período de abstinencia. Esta situación es muy difícil de manejar y genera una tremenda violencia. Una de las opciones es seguir consumiendo. Al no saber cómo tratar el tema de las adicciones, la cárcel se convierte en un infierno. Una madre me decía: “Yo pensaba estar más tranquila cuando mi hijo fue a la cárcel, era mucho lo que consumía. Yo estaba desesperada y él robaba continuamente para consumir (es enorme la cantidad de entradas por hurto para consumir droga), sin embargo Padre, la cárcel es igual o peor que afuera porque mi hijo consume igual”. En nuestro país y particularmente en el Gran Buenos Aires, la droga está despenalizada de hecho.

Sé muy bien que no podemos reflexionar sobre la situación de las cárceles en forma aislada.

Tenemos que encarar esta reflexión como sociedad, porque las cárceles son un reflejo de lo que somos como tal. Como decía Albert Camus, la problemática carcelaria no se puede pensar como institución cerrada y el jurista italiano AlessandroBaratta plantea de manera muy expresiva que el lugar de la solución de los problemas carcelarios es la sociedad. Tenemos en nuestro país cien por ciento más de presos que en el año 98’. En veinte años se ha duplicado la población carcelaria. No podemos seguir cayendo en el engaño de un discurso que sólo nos invita a socializar a partir de la cárcel, ya que los actuales presos en el fondo son víctimas de una sociedad que de algún modo los expulsó primero. Nos debemos una reflexión mucho más profunda acerca de las cadenas de conflictos. Quien está en la cárcel ha experimentado previamente conflictos en su familia, en la escuela, en su barrio. Solamente al final está el conflicto con la ley. 

Es imposible identificar la reparación sólo con el castigo. Es un modo de confundir la justicia con la venganza. El endurecimiento de las penas y la baja de la edad de imputabilidad no van a resolver los índices de delincuencia. Hacer justicia, justicia verdadera supone no contentarse con castigar solamente al culpable sino que es necesario intervenir socialmente antes con un abordaje interdisciplinar que incluya a un tiempo la educación, la salud, la integración social, las posibilidades de trabajo y el acompañamiento familiar. 

Pensar una justicia cercana a las problemáticas cotidianas no significa parcialidad ni subjetivismo, necesitamos una justicia cercana en el lenguaje y en la comprensión social de los más pobres, una justicia que no esté alejada de la gente. Tenemos que lograr una justicia que asuma las heridas de nuestra sociedad; que genere confianza y empatía; que dialogue; que no se esconda detrás de un escritorio lleno de expedientes; que cuide la fragilidad de la sociedad; que se haga cargo de los excluidos como primera gran injusticia; que se aleje de la dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos. Los reclamos por la tierra el techo y el trabajo deben ser escuchados como clamores de justicia que debemos atender en primer lugar.  Nuestra justicia debe aprender a llorar frente al dolor de tantos hermanos que sufren violencia. El Papa nos ha hablado de una espiritualidad del llanto ya que el don de lágrimas es un don del Espíritu Santo. Para esto es necesario que la justicia destape sus ojos, que se quite la venda.   Que mire la realidad de cerca, con una mirada limpia por las lágrimas. La estatua de la justicia tiene una venda desde el siglo XV, antes no la tenía. Sería bueno que se la saque para que mire la realidad ya que necesitamos continuamente de conversión. Y con una mirada limpia, sepamos qué hacer, ya que necesitamos una justicia imparcial pero no ciega.

Mons. Oscar Vicente Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente de la
Conferencia Episcopal Argentina



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